La romanización
de España por Roma empezó en el 218 a. C. Aníbal (cartaginés)
destruyó la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, y al frente de un
poderoso ejército cruzó el río Ebro y los Pirineos y emprendió la
marcha hacia Italia. Entonces los romanos planearon hacer una guerra
contra los cartagineses en España. Los romanos, con una
extraordinaria visión de la estrategia militar, mandaron a España
un ejército bajo el mando de Cornelio Escipión. Éste desembarcó
en Emporion y empezó la conquista de las tribus de Cataluña,
conquista que se consiguió rápidamente después de la llegada de su
hermano P. Escipión, que asentó su base militar en Tarraco,
destinada a ser una de las capitales romanas de España. Cuando ya
estaban ocupadas las zonas ibéricas del levante y divididas las
fuerzas de los dos hermanos, en el año 212 a. C., tomó por sorpresa
Cartago Nova. Después de dos victorias en Baecula e Ilipa, logró
expulsar a todas las tropas cartaginesas de la Península, e hizo un
pacto con la cuidad de Gades en el año 206 a. C. Después de someter
algunas tribus rebeldes (ilergetas), fieles a los pactos con los
cartagineses, dominó toda la zona propiamente ibérica, que ya había
pasado del dominio cartaginés al de los romanos a causa de la Guerra
Púnica.
Roma aplicó a los pueblos ibéricos y al territorio ocupado el derecho de conquista, comenzando una vergonzosa etapa de sistemática expoliación que causaría, en 197 a. C., una rebelión general de todos los pueblos ibéricos, exceptuando los ilergetas, que a causa de las anteriores represiones habían perdido su espíritu de resistencia. Roma mandó a España al cónsul Marco Pocio Catón, quien, tras una durísima represión, en el transcurso de la cual fueron destruidos todos los núcleos semiurbanos y urbanos de Levante y Cataluña, dominó firmemente el territorio, que quedaría dividido en dos provincias: la Citerior y la Ulterior.
Roma aplicó a los pueblos ibéricos y al territorio ocupado el derecho de conquista, comenzando una vergonzosa etapa de sistemática expoliación que causaría, en 197 a. C., una rebelión general de todos los pueblos ibéricos, exceptuando los ilergetas, que a causa de las anteriores represiones habían perdido su espíritu de resistencia. Roma mandó a España al cónsul Marco Pocio Catón, quien, tras una durísima represión, en el transcurso de la cual fueron destruidos todos los núcleos semiurbanos y urbanos de Levante y Cataluña, dominó firmemente el territorio, que quedaría dividido en dos provincias: la Citerior y la Ulterior.
l
comienzo de este proceso data del año 218 a.C., cuando las legiones
romanas de Cneo Cornelio Escipión desembarcaron en Ampurias, en la
costa catalana, para enfrentarse con sus enemigos cartagineses,
ocupantes de las zonas costeras y de parte del interior.
En
una primera fase
se procedió a la conquista militar —de la zona cartaginesa hasta
el 206 a.C., de la zona interior durante el siglo II a.C. y del resto
en el siglo I a.C.—, no exenta de dificultades debido al valor y
ansia de independencia de los indígenas, con continuas rebeliones.
En
una segunda fase,
iniciada cuando aún gran parte de lo que será Hispania no había
sido conquistada, se procedió a una asimilación cultural del
territorio. Esta no fue total en las últimas regiones sometidas
(área cantábrica) ni siquiera en el siglo V cuando se debilitó la
presencia romana presa de las invasiones bárbaras, a pesar de llevar
500 años de dominación —muchas veces más nominal que efectiva—,
debido al escaso interés por controlar y poblar zonas deprimidas y
marginales. Allí pervivieron estructuras gentilicias (clanes) e
idiomas (por ejemplo el euskera), así como el sentimiento de
identidad que permitiría su supervivencia frente a los visigodos y
el islam, posibilitando el nacimiento de los futuros reinos y
condados cristianos. Una de las consecuencias del prestigio de Roma y
de lo romano será la aspiración a la ciudadanía, conseguida a
duras penas por los indígenas a base de dinero o en premio a su
fidelidad. Ello, junto a la suavización de los términos en que se
acordaron las distintas rendiciones a manos de las legiones y el
tiempo transcurrido desde aquellas, fueron creando un clima propicio
a la aceptación de lo romano. Punta de lanza de todo esto fue la
llegada de inmigrantes de origen romano e itálico, que se fueron
estableciendo en ciudades (municipia civium romanurum, coloniae
civium romanorum), creando así focos tanto de difusión cultural
como de control político y administrativo: Itálica (Sevilla),
Corduba (Córdoba), Emerita (Mérida), Barcino (Barcelona), entre
otros. La política colonizadora de Julio César y de Augusto en el
siglo I a.C. fue el impulso definitivo a esta labor, iniciada
tímidamente dos siglos atrás con la llegada de soldados y
comerciantes, suponiendo ahora no sólo el asentamiento de veteranos
de las legiones —emparejados con las mujeres indígenas— sino
también nuevas remesas desde la propia Italia, en busca de nuevas
tierras y mejores condiciones de vida. El clima de paz y la lejanía
de los frentes bélicos contribuyeron decisivamente a la mejora de la
economía y, con ello, a la aceptación definitiva de Roma.
Un
hito en el proceso romanizador fue la concesión por el emperador
Vespasiano (69-79) del ius latii o derecho de ciudadanía latina,
para todos los hispanos libres de origen indígena. Tal medida fue
ampliada en el 212 por el emperador Caracalla al convertir a todos
los habitantes libres del Imperio en ciudadanos romanos mediante la
Constitutio Antoniniana. En Hispania, para esas fechas, casi por
unanimidad, la población se ‘sentía’ romana.
FACTORES
DE LA ROMANIZACIÓN
Hispania
ha sido siempre considerada como el baluarte del romanismo, la
provincia más romanizada de Occidente: la Bética era una pequeña
Italia en Hispania.
Se
entiende por romanización el lento proceso de asimilación de la
cultura, civilización y modo de vivir de los romanos por el pueblo
hispano que duró seis siglos. Los factores que hicieron posible este
proceso fueron los siguientes:
I. El derecho de ciudadanía que constituía la aspiración común de todos los pueblos sometidos ya que conllevaba grandes privilegios. En Hispania a partir de César que concedió a muchos municipios y finalmente en el año 212 d.C. el emperador Caracalla extendió esta prerrogativa a todos los habitantes libres del Imperio.
II. La fundación de las colonias y el régimen municipal: cada colonia era un centro de romanización, ya que estaba integrada por ciudadanos romanos que se organizaban y vivían como si estuvieran en la propia Roma y por indígenas que estaban en contacto con ellos, por lo cual el pensamiento y la civilización eran asimilados por los nativos. El municipio era una ciudad principal y libre, que tenía sus propias leyes y nombraba sus gobernantes independientemente de Roma, siendo los órganos esenciales de éste semejantes a los de Roma: las Asambleas populares, los magistrados, etc.
III. La influencia del ejército en la romanización fue decisiva: resultó ser el transmisor fundamental de la lengua latina. Los soldados reclutados entre la población hispana automáticamente adquirían el derecho de ciudadanía; así, al licenciarse, engrosaban el estamento de ciudadanos y se convertían en agentes activos de romanización.
IV. La lengua latina logró imponerse a las demás lenguas nacionales excepto al euskera que se habla en la zona norte) por medio de los funcionarios, del ejercito, de la enseñanza y del culto religioso y sobre todo a través de las relaciones comerciales ya que era la lengua universal en los países del Mediterráneo.
V. La extensa red de comunicaciones que proporcionaba el conjunto de calzadas romanas (más de 10.000 kilómetros) facilitó la comunicación entre las distintas regiones, tanto en la costa como en el interior, impulsando de esta manera el desarrollo del comercio entre todas ellas y, por tanto, la romanización.
DIVISIÓN
ADMINISTRATIVA Y POLÍTICA EN LA ESPAÑA ROMANA
Inicialmente
el territorio fue dividido en 2 provincias: España Citerior (la más
cercana geográficamente a Roma, que comprendía el este y noreste
peninsulares) e España Ulterior (la más alejada de la metrópoli).
Durante doscientos años no se cambió, excepto en los límites
geográficos, acrecentados por las conquistas (correspondiendo el
centro y norte a la primera y el oeste y noroeste a la segunda).
Sin
embargo, Augusto en el 27 a.C. dividió la Ulterior en dos nuevas
provincias Lusitania, Bética y llamó Tarraconense a la Citerior.
El
emperador Caracalla a comienzos del siglo III desgajó de la
Tarraconense la provincia España Nova Citerior Antoninianafutura
Gallaecia, que comprendía el noroeste peninsular. Su sucesor de
principios del siglo IV, Diocleciano, creó la Cartaginense (centro y
este peninsulares, más las islas Baleares) desgajada también de la
Tarraconense. A fines del siglo IV las Baleares pasan a ser provincia
insular llamándose Balearica. Por otro lado, el norte de África fue
englobado en ese siglo como parte de España con el nombre de
Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (actual Tánger).
Consecuencia de todo ello, en el siglo V España se componía de 7
provincias.
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