jueves, 8 de octubre de 2015

POMPEYA



Ubicada dentro de la antigua Roma, Pompeya es la ciudad que fue arrasada por la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. y que sirve como escenario para presentar la historia de Milo (Kit Harington), un esclavo que es convertido en Gladiador para participar en los juegos fúnebres, típicos de la época, en donde ellos peleaban a muerte.

En su camino, conoce a Cassia (Emily Browning) la hija del regente de Pompeya, y una relación amorosa comienza a gestarse. Pero un problema surge cuando el senador Corvis (Kiefer Sutherland) llega a la ciudad y obliga a esta mujer a ser su esposa. Tras esto, todo se complicará cuando el volcán explote y destruya todo a su paso. Una lucha por la libertad se transforma en una lucha por sobrevivir.

Seguramente, al leer esto coincidirán en que la trama suena al perfecto cliché de todas las historias ubicadas en las antiguas civilizaciones y, en efecto, eso es Pompeya (Pompeii), una película que presenta la típica historia de amor y valentía que todas las producciones tienen como eje central, pero a diferencia de ellas, ésta no llega a la espectacularidad y pasión presentada en esas grandes historias.

Y es que es evidente que Pompeya tiene grandes problemas en su guión, pues hay aspectos que no se explican y que impiden el desarrollo de la psicología de cada uno de los personajes. Éstos se sienten planos, muy forzados, e incluso sosos. Kit Harington y Emily Browning no logran convertirse en esos grandes personajes trascendentes que llenan de emoción este tipo de  historias. Y Kiefer Sutherland le da vida a un villano que, por sus acciones y acento británico exagerado, se convierte en un personaje completamente olvidable. El único actor que logra un papel entrañable es Adewale Akinnuoye-Agbaje como Atticus, quien pasa de ser un gladiador despiadado, a un hombre decidido a vivir en libertad.

Donde Pompeya acierta es en los aspectos técnicos, pues presenta buenos efectos visuales, fotografía, iluminación y diseño de producción que hacen de las secuencias de acción, algo rescatable y muy disfrutable. Pero definitivamente el 3er acto es el que más destaca estos elementos.

Y aunque la la erupción del volcán se convierte en lo único atractivo de la película, quizá hubiera sido mejor que Pompeya fuera la perfecta dramatización de un documental sobre lo ocurrido en la antigua Roma, en lugar de forzar un drama para armar un largometraje...







Arturo Magaña













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